sábado, 4 de octubre de 2008

Recuerdos





En el jardín de la casa de mis padres había una higuera, se cuenta que es un árbol que atrae los espíritus y por las noches rondan los fantasmas debajo de él, pero a mi nunca me dio miedo, aunque la verdad no recuerdo haberme puesto en expedición en horas poco católicas para comer algún higo y confirmar dichas habladurías.
Nunca me gustaron los higos al natural, pero esa higuera por mas que esperábamos y esperábamos nunca dio muchos higos.
Cuando íbamos con mi abuela a la colonia, a las casas de las tías y traíamos canastas llenas de higos blanco y negros. Sólo tenía que esperar que mamá preparara los higos negros en almíbar para deleitarme , o que hiciera una mermelada para untar en ese exquisito pan casero que solía hacer también en esas ocasiones.
Había que esperar el verano par saborear el dulce especial de esa fruta con sonrisa de chicharras y calores sofocantes.
Los objetos cobran dimensiones imaginables a través del tiempo; el recuerdo de esos higos es para mi algo tan emocionante y tan exquisito.
Antes de irme para navidad siempre preparo una lista de lo que deseo comer. Nunca me faltan los higos, pero en diciembre, como dice mi mama todavía no están maduros “ia”, así que de año a año los congela y los prepara para que cuando llegue estén listos para servírmelos con una crema chantilly para chuparse los dedos.

Un verano hace muchos años tuve la suerte de quedarme unas cinco semanas allí y pude asistir a la fabricación, mi madre me hizo muchos kilos para que me trajera. Llegando a la aduana en Madrid, pues no me dejaron pasar y me hicieron muchas preguntas, el aduanero, serio me preguntaba que eran esos frascos cubiertos y atados, yo divertida y casi muerta de risa, le dije, “ya sabe como son las mamá, me ha puesto higos en almíbar”. El aduanero se rió mucho y dijo qué suerte que tienes y me dejó pasar.

El año pasado mi mamá se puso de vuelta a fabricarme tantos, tantos frasquitos que le dije pero no ma’, tengo que cuidar mi silueta con tanto higo voy a engordar.
Preparé dos frasquitos, como sé hacerlo conociendo el maltrato que dan a las valija. Viajamos como siempre tranquilos.
Llegando a casa no tuve tiempo de abrir enseguida, al día siguiente, mejor dicho horas después de nuestro aterrizaje teníamos que trabajar, luego del día difícil de labor con las horas de diferencia, llegué a casa y me puse con mucha nostalgia a abrir mis queridas maletas. Mi mamá me había puesto una sorpresita en una de ellas dos frascos más de higos pero no los había cubierto como yo, resultado cinco coladas y una maleta al basurero.
El tiempo pasa pero recuerdos así quedan gravados en la memoria y con solo cerrar los ojos puedo oler y sentir la textura del higo, aunque Proust diga que “no se puede poner en la realidad los cuadros de la memoria”; se pueden vivirlos mentalmente
Y que bueno es comerse unos higos aunque sea con los ojos.
“Por eso,
cada vez que yo paso a su lado
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
"Es la higuera el mas bello
de los árboles todos del huerto".

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡Que dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!” Juana de ibarbourou

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dicen
que el olor de la higuera
trae buenas noticias
Y que los jigos
de mesmo que las brevas
son la miel de la tierra
que se encarama

FLOR dijo...

:-) qué bonito quiero sentir el perfume de una higuera :-)